lunes, 25 de octubre de 2010

VISITA AL CEMENTERIO

Las lluvias torrenciales en el día de Difuntos y en días sucesivos, privaron a muchas personas de las visitas que en estos días suelen hacerse a los que, en el cementerio, reposan eternamente. La distancia a recorrer del pueblo al cementerio requiera la garantía de tardes soleadas o al menos la garantía de que no llueva durante el tiempo que se invierte en el trayecto.

Antes de inaugurarse el actual cementerio - se inauguró el 15 de abril de 1933 - los muertos del anterior cementerio estaban mejor cuidados sus nichos y sobre todo, en estos días del Novenario de Ánimas, en que permanecía abierto todas las tardes.

El primero de Noviembre, quizás por lo pequeño que era, se llenaba de gente. Íbamos los enamorados con nuestras novias, porque en aquellos tiempos en que la mujer apenas si salía de casa, había que aprovechar los días festivos, y sobre todo éste, ya hasta San Andrés no había otro.

No sé si estaríamos con mas o menos devoción, o mas o menos respeto el tiempo que permanecíamos en el recinto de la muerte, pero recuerdo que el cementerio estaba abierto durante el Novenario de Animas y se podía volver un día y otro cualquiera, hasta que pasados los nueve días, era cerrado nuevamente y no volvía a abrirse mas si no era para darle paso a algún inquilino.

Por la tarde, en esos días, se veía a muchas mujeres con la alcuza de óleo puro, alimentando la farola que había dejado de prestar servicios domésticos, para ser colgada, en un clavo, en el centro de una sencilla cruz de madera, carcomida y apolillada por la acción del tiempo, en la cabecera de la tumba del padre, del hermano o del hijo entrañable.

Se veía también al sepulturero - a la sazón al tío Jeromo - alimentando los faroles que colgaban a los lados de los nichos, en aquellos tiempos, patrimonio de las clases adineradas.

Los muertos del viejo cementerio estaban más asistidos y familiarizados con nosotros que los del cementerio actual. Moraban a dos pasos de nuestras viviendas y en estos días de recuerdos hacia ellos, se les giraban visitas, se les limpiaba cuidadosamente las lapidas, para hacer mas legibles sus epitafios y se colgaba en ellos alguna que otra corona de flores.

Cuando encontrábamos algún nicho en el que no había ni siquiera una rosa, que simbolizara el recuerdo de los suyos, llamaba la atención, al leer el epitafio, se comprobaba que era algún forastero al que sorprendió la muerte. Como uno que conocí durante muchos años y que rezaba así: NORDA PREUS BLIM. Ingeniero noruego. Falleció el 8 de Agosto de 1920. D.E.P.

Muchos restos de los que reposaban en el viejo cementerio pasaron al nuevo, como herencia macabra, a unirse con sus antepasados; otros se perdieron para siempre, en el osario común, por los siglos de los siglos.

¡Viejo cementerio como te recuerdo! ¡Pequeño, sin cipreses que orientaran a los forasteros que pasaban por tus inmediaciones; sin panteones lujosos ni grandes losas de mármol sobre las tumbas, pero sí llenos de cruces de madera, con una inscripción sencilla y abreviada, de tres letras, como las que llevaban los ataúdes y algún que otro rosal disperso por los rincones! ¡Viejo cementerio, yo te evoco con verdadero cariño y te dedico en este día mis estrofas de unos versos que te hice antes de desaparecer demolido por la piqueta!

El rosal florido
cuando abril llegó
al muerto ofrendó
lloroso y sentido
Pétalos de rosa
la tierra cubrieron;
lagrimas vertieron
en las humildes fosas.
Macabro tributo,
en sencilla ofrenda,
que daba el arbusto
sin grave leyenda.

Ecos de Flores núm. 99, de 01 de diciembre de 1963

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