viernes, 15 de mayo de 2009

EL BASTÓN

El bastón ha ido desapareciendo como los billetes anticuados o mandados retirar de la circulación. Se ha ido esfumando en la nebulosa del tiempo como tantas otras cosas, hasta casi extinguirse.

En mis años juveniles el bastón era signo de distinción social, símbolo de intelectualidad, ya que en los pueblos era patrimonio de los hombres de carrera, puesto que lo llevaban los médicos, los maestros de escuela, vista de aduana, teniente y todos cuantos de alguna categoría arribaban a nuestro pueblo. No se concebía por aquellos tiempos un intelectual sin bastón, era atuendo y complemento del buen vestir, como la corbata, mascota, u otra prenda cualquiera. Por entonces había coleccionistas de bastones como los hay filatélicos, vitolistas, etc.

De los usados por mí, recuerdo uno flexible, como un junco, ya que era una caña de indias, que me prestaba servicios filarmónicos, puesto que con él acompañaba partituras musicales, especie de redoblante en las camillas de las tabernas de la época y que no puedo precisar donde fue a parar. Otro que conservo me lo regaló un amigo, que había heredado de un cuñado suyo una bastonera bastante surtida.

En los bastones, como en otras muchas cosas existían diferencia y modelos, que imponían las modas. Unas veces se ponían de moda los mas finos, otras los mas gruesos; los había modestos, cuya madera era menos valiosa; y los había que llevaban adornos del preciado metal o bien de plata, así como la contera y el casquete. Los había cuya empuñadura era la cabeza de un perro y otros una bolitas de metal blanco, como el que yo poseo. Los hubo que se hicieron famosos como uno del gran periodista Manuel Bueno, que a la salida de una tertulia literaria en Madrid de principio de siglo fue causante de la amputación de un brazo a don Ramón del Valle Inclán.

Hoy el bastón es símbolo de vejez, de decrepitud, de invalidez, de falta de fuerzas físicas, ya que únicamente los llevan los ancianos o los inválidos. Si alguno se ve en la actualidad lo llevan los tratantes de ganados, negociantes, corredores o la raza calé que lo utiliza como instrumento de trabajo. Estos son la única gente a la que hoy se le ve el bastón. Ya no se ven en las capitales, como antiguamente, aquellas tiendas de bastones, que exhibían en sus escaparates los distintos modelos, ni se ven, como otras veces aquellos vendedores de bastones, que iban de feria en feria y de mesa en mesa ofreciendo su mercancía.

No hace muchos años vi en nuestro pueblo a unos calés vendiendo bastones, pero para los chiquillos, bastones de adelfa con su madera blanca y algún que otro adorno pintado en verde o encarnado, como los colores de la ruleta.

Estos son los últimos bastones que recuerdo haber visto. No hace muchos años tuve un compañero de tendido en la Plaza de las Ventas, que era venezolano. Un día que nos encontramos en la Puerta del Sol, me dijo: Traigo encargo de allá de comprar un bastón, ¿quieres acompañarme? – Con mucho gusto, le respondí – Y le acompañé a la calle de Toledo, en donde yo había visto un escaparate con bastones y en efecto allí compró el encargo. Son muy pocas las tiendas que en la actualidad se dedican a la venta del mencionado artículo. Si acaso alguna que otra el que venden es el ortopédico.

Yo, con esta modesta crónica, le doy el ultimo adiós a lo que en otros tiempos fue signo de distinción social, que se esfumó en la acción implacable del tiempo.

Ecos de Flores, núm., 01 marzo.1965

1 comentario:

Carmen dijo...

"Genial" como siempre, Candelario era un narrador estupendo.
Un abrazo.
M.Carmen