domingo, 4 de mayo de 2008

LAS CRUCES

S


iendo muy niño alcancé a ver las peanas semiderruídas de varias cruces, unas enmarcadas dentro de la población y otras en las afueras; alguna de fácil explicación y otras sin que yo conozca el motivo de su instalación.

Una de ellas estaba situada en la fuente del Rey, donde mientras existió, era despedida la Virgen de Flores, cuando era devuelta al Santuario, después de estar en la villa, el año que la traían. Allí era puesta cara al pueblo, mientras el clero entonaba unos salmos, que al terminarlos, los Hermanos se encargaban de retornarla a su Ermita.

Otra estaba colocada camino de Roca – Amador, pasando el regato que sale del Pilar de allá y subiendo la pequeña cuesta un poco a la derecha en frente a unos postes de una cancilla, que aún existen y que dan acceso al pinar del Arroyo de la Jara. Esta cruz era descanso obligado de la Virgen de Roca – Amador en su entrada al pueblo y cuando era devuelta a su Ermita.

En la confluencia de los arrabales, Mayor y Menor – recurro a los nombres antiguos para mayor orientación de los pacientes lectores que tengan a bien leer estos renglones – también se hacía un descanso de la mencionada Virgen el día de su procesión, siendo ésta la única que pasaba por dichas calles, de todas las que se celebraban en este pueblo. Por ella no pasaba ninguna procesión y desapareció la cruz cuando se empedró la calle.

La última en desaparecer fue una que se encontraba en “La Cobijá”, frente al camino del Pilar; era la de mejor conservación, pues era de mármol y aunque estaba partida, se sujetaba por unas abrazaderas de hierro que la conservaban. Desapareció el año 35, cuando se llevó a efecto el ensanche.

La peana era descanso obligado de las aguadoras que traían el agua del Pilar. Las lanchas, por el roce de los cántaros, tenían un hueco que ofrecía gran seguridad para no caerse.

Con este descanso recuperaban fuerzas las aguadoras, sobre todo aquellas mujeres ancianas, de gran reciedumbre, que con sus setenta años traían dos cántaros, uno a la cabeza y otro al cuadril. Entre ellas “la tía Condesa”, fina como un alambre y recia como el acero, que me impresionó grandemente.

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