viernes, 17 de diciembre de 2010


RECUPEREMOS A CANDELARIO
José Domínguez Valonero

Era Candelario López un hombre tranquilo, pacífico. Él mismo declaraba que fracasó en su intento de ser músico. Se hizo pintor y terminó siendo dueño de un bar.

Cada mañana recorría lentamente la calle González Bravo para ir desde su casa hasta la esquina de la torre, que era donde estaba su casino. El Bar Alhambra.

Cuando me despuntaban, tímidamente, los primeros pelillos del bigote y pude empezar a pisar los casinos, me fue posible oír las disquisiciones culturales, costumbristas y taurinas que tenían lugar, cada mañana, en aquel reducido espacio, el Bar Alhambra. Allí se reunían los que podían ser considerados como los hombres más cultos del pueblo. Allí se establecían charlas de contenido profundo, de gran calado.

Además, cuando llegaba el buen tiempo, Candelario ampliaba la tertulia sentándose, por las tardes, en la puerta de la carpintería de mi padre, tío Lorenzo Ricardo. Allí se reunían varios amigos y montaban una entretenida charla. Sesenta años de vida reportan cierta experiencia y era con este grado de conocimientos con lo que todos ellos reverdecían sus años mozos. Sus ojos se “animaban” y se les veía llenos de alegría recordando sus bailes y tatareando las viejas canciones. Yo apenas contaba quince años y aquellas reuniones eran para mí una inagotable fuente de conocimientos. Allí se profundizaba en el saber de las cosas del pueblo, lo que desde que era niño ha llamado mi atención. Nunca falté a estas tertulias, y fue durante aquellas tardes cuando conocí más íntimamente a Candelario.

Candelario, cada año, en el mes de mayo, se desplazaba a “los Madriles” para disfrutar de “los San Isidros”. Su partida en el coche correo se anunciaba a todos los marochos lanzando al aire un cohete. Todo el mundo sabía, de este modo, que don Candelario iba a impregnarse del arte de Cúchares. Imaginamos a nuestro personaje entrando por la puerta de Las Ventas y deleitarse con las faenas de los diestros del momento: Litri, Ordóñez, Dominguín, Bienvenida…

Su regreso también era todo un acontecimiento, pues a las descripciones de los lances del toreo se sumaban sus narraciones de cómo era la gran urbe y, de forma muy especial, las noticias que traía de los paisanos que residían en la Villa.

Contaba con gran prestigio en el pueblo, pues no en vano era uno de los pocos hombres que podían presumir de haber regido el destino de los marochos y, además, en tiempos muy difíciles.
Pero, por si todo esto era poco, Candelario tenía fácil pluma. Todo lo expresaba con sencillez y claridad, sin que ni lo uno ni lo otro menoscabara la belleza de la exposición. Escribía con la misma facilidad en prosa que en verso.

Me atrevo a clasificar su poesía como clásica, y al decir clásica quiero decir que respetaba las reglas de la métrica. En sus versos había medida, rima y estrofa, algo que se echa en falta en esos versos deslavazados y faltos de todo a los que pretenden que nos acostumbremos, porque versificar no es disponer lo que se escribe EN FORMA DE POESÍA. La poesía es mucho más que forma.

Éste era Candelario. Pero la finalidad de estas líneas no era describirlo. Lo que pretendemos es resaltar que nos dejó una gran cantidad de artículos en aquellas inolvidables páginas de “Ecos de Flores”.

En “El Picón” del pasado mes de diciembre aparecieron algunas de sus poesías. Fue una gran alegría reencontrar aquellos versos. Tanto en sus estrofas como en sus artículos, se nos describe cómo era la vida del pueblo, nuestro pueblo, Encinasola, en los primeros años del recientemente finalizado siglo XX. Son aspectos que ya han caído en el olvido y, por esto, bien merecen que se les devuelva a la vida, que se recuperen.

En aquellas páginas se nos describen las corridas de toro, la feria, los carnavales, la navidad, personajes de la época, etc.

Soy consciente de la dificultad que representa el que aquellos artículos vuelvan a ver la luz, pero no me resisto a romper una lanza en que se haga un esfuerzo por lograrlo. Difícil es no sólo conseguirlo, sino simplemente intentarlo, porque todo lo que sea publicar para un limitadísimo número de lectores constituye un serio problema, pero la empresa lo merece y si se trata de don Candelario, al que tanto le debe Encinasola, todo el esfuerzo que se haga por rendirle un homenaje será poco.

Si nos sentimos orgullosos de sacar en procesión a nuestras Vírgenes: Flores, Rocamador, la Dolorosa, la Soledad, la de Gracia,….; si recreamos nuestra mirada ante el retablo del altar mayor de nuestra iglesia; si presumimos de la Virgen de la Antigua y de la tabla de la Inmaculada; si nos emocionamos cuando vemos en una importante exposición la Cruz Procesional de nuestro pueblo; si no podemos olvidar el sonido de nuestras campanas. ¿Cómo podemos dejar de lado al hombre que ha permitido que todo eso haya llegado hasta nosotros?
¿Llegará el día en que Encinasola sea capaz de reconocer el trabajo de sus hijos y de tributarles un sencillo recuerdo? Ni siquiera se trata de pedir que se le dedique una calle. Bastaría con que se publicasen esas cien páginas que recogen sus escritos o, aún más simple, que se convocase un concurso de poesía en su honor. Un concurso de poesía que llevase su nombre. Por desgracia, me parece que incluso esto es mucho pedir.

Este artículo, con alguna ligera variación, se publicó en el último Picón que salió a la calle en el año 2003.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo Pepe, extraordinario trabajo al recuperar y publicar las obras literarias de Candelario; son todas estupendas, tanto en verso como en prosa. Hay datos muy interesantes para recordar y conocer la reciente historia del pueblo, y por tanto deben de estar permanentemente a la luz para disfrute de quien nos interesa. Recuerdo vagamente la figura de Candelario, iba pocas veces a su bar; acudía con más frecuencia a "El Barrilito" y a "El Rincón". Entonces lo veía como un hombre enigmático y misterioso al que observaba con cierto recelo; más tarde conocí su calidad humana y comencé a considerarle con admiración y respeto. Guardo un grato recuerdo de él. Cordial saludo. Jesús